Dicen que recordar es vivir, yo no estoy de acuerdo con esta frase.La vida nos enfrenta a cosas malas y buenas, nosotros nos encargamos de tomar lo bueno y desechar lo malo, mis viajes de cada año me han ayudado a ser mejor como persona, poder dar lo mejor de mí, ayudar a los que pueda, ofrecer lo que pude ofrecer, dar sin recibir a cambio, aprender de aquellos consejos que me han dado. Gracias…muchas gracias a aquellas personas que en mi vida han estado, que en los viajes he compartido y espero seguir compartiendo…con afecto…David Zevallos *****Dicen que recordar es vivir, yo no estoy de acuerdo con esta frase.La vida nos enfrenta a cosas malas y buenas, nosotros nos encargamos de tomar lo bueno y desechar lo malo, mis viajes de cada año me han ayudado a ser mejor como persona, poder dar lo mejor de mí, ayudar a los que pueda, ofrecer lo que pude ofrecer, dar sin recibir a cambio, aprender de aquellos consejos que me han dado. Gracias…muchas gracias a aquellas personas que en mi vida han estado, que en los viajes he compartido y espero seguir compartiendo…con afecto…David Zevallos

martes, 18 de diciembre de 2007

WAWA PAMPAY - AYACUCHO

El mundo rural andino aún nos reserva sorpresas। El fotógrafo ayacuchano Fredy Huamán logró captar escenas del Wawa Pampay, una singular ceremonia donde la comunidad despide a los infantes muertos।

Fredy Huamán es un ayacuchano que retrata costumbres para volverlas imperecederas a través de su cámara fotográfica. Un día, mientras fotografiaba un herraje en el anexo de San Miguel de Motoy, en Huamanga, Ayacucho, escuchó llorar a una mujer y decidió preguntarle por su dolor. Era la madre de Rosa Cahuana Quispe, una niña de escasos siete meses, que había fallecido por neumonía. Esa joven señora le comentó al fotógrafo que harían una ceremonia para despedir a su hija. Hablaba del wawa pampay, que en castellano significa funeral de los niños. Por la noche, velaron a la pequeña Rosa en un cajón blanco. Lucía su mejor ropa y parecía uno de esos ‘angelitos’ que describe el antropólogo Luis Millones en su libro Todos los niños van al cielo. Alrededor de la bebé colocaron flores, velas y en la cabecera, una cruz. Al día siguiente, acomodaron a la niña en una especie de trono, que en realidad era una silla especialmente hecha por el padrino de bautizo para la ocasión. En ella llevaron a Rosa en peregrinación hasta el cementerio, el único de San Miguel de Motoy. Para los comuneros, la menor no murió de neumonía, sino del ‘mal de la tierra’ y su entierro era una ofrenda para la pachamama.
Con esas creencias, caminaban rumbo al cementerio, entonaban temas en quechua, masticaban hojas de coca y bebían caña. Era el último día en que la niña miraba su entorno, pero no era la última vez que acompaña al gentío. Según la cosmovisión andina, los difuntos no se van para siempre, permanecen, aunque con una apariencia distinta. Al llegar al cementerio, al fotógrafo Fredy Huamán se le pidió no ingresar. De acuerdo a la tradición sólo lo pudieron hacer el padrino de la niña y el hombre más viejo del lugar. Pues bien, esta historia que rescata la tradición de muchos pueblos altoandinos se exhibió a través de 15 fotografías seleccionadas de Fredy Huamán. La muestra se llamó Wawa pampay: funeral de infantes y se realizó entre el 2 y 9 de noviembre en el Museo de la Nación. Esta es, evidentemente, una manera muy distinta de despedir a los niños muertos.
Evelyn Nuñez -Periodista-

miércoles, 17 de octubre de 2007

CHAKALLADA - DANZA FOLKLÓRICA de PUNO

Danza chakallada para la Virgen Candelaria
Por Manuel Ráez


Cada dos de febrero, miles de campesinos quechuas y aymaras se reúnen en la
ciudad de Puno para brindar su oración, canto o danza a la Virgen de la
Candelaria, patrona de la ciudad. Esta fiesta de temprano origen colonial, tiene
dos momentos centrales, el 2 de febrero, fecha que el calendario católico
prescribe su homenaje y que tradicionalmente asiste la población campesina, y
una segunda fecha, conocida como la Octava (ocho días después), de clara
participación citadina y que congrega un gran número de turistas que vienen a
presenciar las afamadas danzas en “trajes de luces”, como la waca waca, la
tuntuna, el rey caporal, la diablada, la morenada, entre otras, que sobresalen por su vistosidad y colorido y sus sonoras bandas que las acompañan. A pesar de la distinción social asociada a las fechas de homenaje a la mamacha, como
cariñosamente se la conoce a la Virgen Candelaria, en la actualidad se va
diluyendo esta diferenciación social o étnica que señalaba la tradición popular,
convirtiéndose en dos celebraciones multitudinarias.

Con el tiempo, la fiesta de la Virgen Candelaria se ha convertido en un importante centro de peregrinaje, en especial, para la población campesina, que ha convertido la fecha y el templo en un momento y lugar sagrado, pues también aprovechan para realizar la tinka u ofrenda a la madre tierra o pachamama, por los frutos que están germinando y los que están cosechando, y para brindar protección al ganado que esta pariendo para ese tiempo. Es en este contexto sagrado y festivo donde aparece la danza chakallada, asociada a la alegría del campesino por la cosecha de la achu papa, como se denomina a las primeras papas que se cosechan en esta fecha, incluso en muchos poblados esta actividad va acompañada con ofrendas de flores y vino a las papas que las mujeres extraen, mientras los varones ejecutan los sonoros chakallos, unas flautas de 30 a 40 centímetros de longitud que acompañan la danza y que le dan su nombre.
Cuando se asiste a la fiesta de la Candelaria, es hermoso distinguir decenas de
varones que ejecutan sus chakallos y bombos mientras las mujeres danzan a su
alrededor, distinguiéndose los pueblos que representan la chakallada, por los
vivos colores de su vestuario y la vistosa coreografía que ejecutan, luciéndose en
este arte sus hermosas polleras, que juegan con el viento y el ritmo de la chakallo.

martes, 18 de setiembre de 2007

MUSOQ YAWAR – VILLA EL SALVADOR

This album is powered by BubbleShare - Add to my blog

domingo, 16 de setiembre de 2007

sábado, 25 de agosto de 2007

El pasado 5 de junio fue día central de una de las celebraciones de mayor sincretismo en el Perú, la del Señor de la Estrella de Nieve, más conocido como Taytacha Qoyllur Rit’i, una peregrinación donde las naciones andinas rinden culto a los apus desde tiempos ancestrales y a cuya grandeza se ha incorporado la liturgia cristiana desde el siglo XVIII. Cada año recibe cerca de 50 mil personas.
En su interior no hay cuadros colgados ni hay imágenes. No hay altares en los costados y todas las paredes lucen un blanco de rigor. Tampoco hay sacerdote. En este santuario, quizás el más austero de los Andes, lo único que destaca es un espacio poco iluminado, al fondo, donde los fieles disponen cientos de cirios que lo alumbran débilmente: es el altar del viejo Señor de Qoyllur Rit’i, pintado sobre una piedra, a cuyo alrededor se sienta un grupo de peregrinos llegados desde diversos lugares del sur andino.
En su mayor parte son nacioneros, es decir miembros del Consejo de Naciones Peregrinas al Santuario —cuyo presidente actual es el caporal de los qhapaq colla—, aunque también se ve representantes de la hermandad del Qoyllur Rit’i, agrupación mestiza fundada en 1930. Este grupo de personas sólo es preludio de un grupo mayor: fuera del santuario se congregan miles de recién llegados, como mínimo 50 mil, comuneros sobre todo, aunque cada año es mayor la cantidad de mestizos y turistas llegados desde diversos poblados y ciudades, incluida Lima, para saludar al Taytacha de las nieves cada mes de junio, o de mayo, ya eso dependerá de la Semana Santa, pues la cele­bración del Qoyllur Rit’i es una fecha móvil que se realiza 58 días después del Domingo de Resurrección —y dos días antes del Corpus Christi.
El santuario se ubica a casi 5.000 metros de altura en un paraje descampado, camino a las faldas del nevado Sinakara (distrito de Ocongate, provincia de Quispicanchis), desde donde puede verse al Apu Ausangate. Durante los tres días que dura la peregrinación, los altoparlantes del templo convocan a la gente a diversas ceremonias, dan cuenta de noticias, o dejan escuchar misas en quechua. Hay, además, un movimiento constante de personas, pues el peregrinaje no termina con la llegada al santuario. Custo­diados por decenas de ukukus —voluntarios disfrazados de osos, que hacen las veces de una guardia ritual—, los peregrinos continúan su ascenso y descenso del nevado, trayendo consigo bloques de hielo sanador que llevarán hasta la fiesta del Corpus, donde serán consagrados. Los peregrinos buscan, asimismo, la gruta de la Virgen de Fátima, en cuyos alrededores se organiza un segundo ritual: simular ser un banco donde se efectúa la compra y venta de inqaychus, vale decir miniaturas que represen­tan el deseo de cada familia para ese año, una chacra, un camión, una casa, un rebaño, incluso préstamos, y todo a través de billetes de broma, es decir, papelitos en blanco donde se ha escrito una cifra, aunque hay casos de foto­copias muy realistas de dólares norteamericanos.
Entre la gruta y el santuario queda un camino bordeado por cruces, estandartes y apachetas —montículos de piedras utilizados como altares familiares y que también pueden verse en la peregrinación al santuario de la Virgen de Chapi. Ya en la parte alta, el escenario es espectacular: miles de pequeñas carpas, artesanales o Coleman, grises o de colores, cubren las faldas del Sinakara y del Qolquepunco, simulando un extenso asentamiento humano donde las cruces y las banderas rojiblancas aparecen por todas partes.


jueves, 12 de julio de 2007

Cada mes de mayo, una celebración recorre el mundo andino con similar ímpetu, la Fiesta de las Cruces। En la provincia de Chupaca cobra singular importancia por ser el escenario donde, a partir de la tradición andina, se evoca al universo amazónico, a través de una danza conocida como Shapish, con la cual se rinde tributo al elemento más representativo de la religiosidad popular:
LA CRUZ


Doce barrios forman la ciudad de Chupaca, capital de la provincia del mismo en nombre en Junín, y en cada uno de ellos una capilla cobija exclusivamente a la cruz de mayo. Doce cruces de rústica madera y finamente decoradas por artistas populares anónimos con los símbolos indígenas y católicos que hoy armonizan en una misma devoción. En cada capilla el 2 de mayo por la noche se vela a la cruz y se le ofrecen castillos de fuegos artificiales, música, rezos y misas en la víspera de la fiesta de las cruces. Los chupaquinos se precian de tener una de las danzas más hermosas y coloridas del Valle del Mantaro, los Shapish de Chupaca, que se danza hoy en homenaje a las cruces y que el Instituto Nacional de Cultura ha reconocido como Patrimonio Cultural de la Nación en agosto del 2006.

Shapish, la leyenda:
Cuenta la historia oral que, en tiempos de la expansión inca hacia el Valle del Mantaro, parte de los ejércitos de los wanka-chupacos, etnia de la zona, liderados por su jefe Anco-Huaillo, se refugiaron la selva central al no poder resistir la invasión cusqueña. Se dice que, tiempo después, ya anexado el valle al imperio, los chupaquinos regresaron y crearon una danza que refleja la vivencia en la selva y recrea los enfrentamientos bélicos por los que pasaron durante esa incursión. Cierta o no, los chupaquinos de hoy se apegan a esta versión que los refleja como guerreros aguerridos, rebeldes a la invasión, así como a la danza que los representa, el Shapish.
Aquilino Castro Vásquez, historiador local, sostiene que esta versión no tiene bases históricas que la respalden y cree que el origen de esta danza es una creación de los chupaquinos por imitación de los mitimaes Cañaris, Chachapoyas y Yaguas, grupos que los incas trasladaron al Valle del Mantaro। Conjuga con esta versión el hecho de que es frecuente encontrar en los pueblos andinos vecinos a las zonas de selva diversas danzas que recrean al poblador amazónico। (Informe completo en el vinculo SOLO DANZAS de este espacio )

jueves, 3 de mayo de 2007

TOQTO - BATALLA RITUAL - CUSCO

Por Carlos Diaz Huertas - texto y fotos-

Al igual que en el Chiaraje, en el departamento del Cusco se llevan a cabo otras batallas rituales. En el límite de las provincias de Chumbivilcas y Canas, en una zona rodeada de cerros denominada Toqtopata, a 4.200 msnm, se realiza una batalla de carácter distrital conocida como “las luchas de Toqto”. En ella se enfrentan caneños procedentes de las comunidades de Ch’eqa, Q’ewe, Kuti, Qayhua, Orqoqa, Ch’itapampa, Tambobamba y Kunyukuyani, contra comuneros chumbivilcanos llegados desde Livitaca, Quispicocha, Chamaca, Chaupibamba y Aucho. Esta batalla se lleva a cabo todos los años en tres fechas: cada 1º de enero, luego en una fecha móvil en el mes de febrero, vale decir, el “jueves de compadres” (celebrado antes de carnavales). Pero según decir de muchos la fecha principal se celebra el 8 de diciembre.



Este registro fotográfico fue realizado el jueves 8 de febrero en horas de la tarde. Se partió desde la comunidad de Q´ewe, perteneciente a Canas, para después de cinco horas de dura caminata llegar a los cerros de Toqtopata. En el recorrido las columnas de comuneros se iban sumando una tras otra hasta formar una sólida franja a lo largo de la ruta. Cada cierto tiempo arengaban, a gritos y en quechua, haciendo notar su presencia no solo a los Apus sino a los escasos caseríos que aparecían en la ruta.
Al llegar a Toqto se pudo reconocer, in situ, la verdad de las estadísticas que los caneños ostentan: Canas es la provincia más ganadora en estas batallas, aunque esta vez ganaría sin luchar, por walk over como se dice, debido a que, mientras los comuneros de Canas llegaban nada menos que a cien, los luchadores llegados de Chumbivilcas apenas podían ser contados con los dedos de las
manos. El miedo sería una de las razones que los caneños esgrimían, tratando de explicar la ausencia masiva de sus contendores.
Sin embargo, un comunero comentó que en la memoria de todos estaba la fuerte y violenta batalla que se había dado en Chiaraje unos días atrás (exactamente el 20 de enero), y cuyas secuelas se veían reflejadas en algunos rostros plenos de tranquilidad, que esta vez ya no tendrían que luchar. Había, sin embargo, otros rostros, en los que la mirada reflejaba precisamente lo opuesto: una especie de malestar por no poder demostrar que son los mejores en estas luchas.
Lo que se dio después fue una especie de invasión a caballo a través de los terri­torios del perdedor, para luego regresar a la pequeña pero surtida feria instalada en la zona reservada a los de Canas, donde comieron, bebieron y festejaron a la Pachamama, sin ninguna pérdida que lamentar. Al menos no en esta oportu­nidad.




sábado, 10 de marzo de 2007

LAMAS - CIUDAD








LAMAS - CIUDAD
E n Lamas, ubicado a 25 kilómetros de la ciudad de Tarapoto, el turista puede encontrar a los indígenas lamistas, a quienes los conquistadores españoles llamaron motilones.
Según las leyendas e historiadores, ellos son descendientes de los chancas, los cuales después de ser vencidos en su intento de tomar la ciudad imperial de los incas -Cusco- huyeron a la Amazonía, al lugar que Garcilaso de la Vega llamó el "Reinado de Muyupampa", donde recibieron refugio de la persecución de las huestes incaicas.
Aunque la primera población de San Martín fundada por los españoles fue Moyobamba, en 1542, los lamistas no fueron reducidos hasta más de 100 años después. Los nativos, desde entonces, han resistido su incorporación a la sociedad mestiza y guardan sus tradiciones, su idioma (el quechua) y la pureza de su raza.

CUSCO - PERÚ

LIMA HISTORICA

FESTIARTE POR EL SUR - VILLA EL SALVADOR